El dilema mundial entre inflación y crecimiento

José Grasso VecchioJosé Grasso Vecchio.- Cada noticia que se genera y se hace pública termina agitando los mercados mundiales. Durante septiembre los bancos centrales más importantes del mundo enviaron una señal contundente a la comunidad financiera: los aumentos de tasas de interés van a seguir por un buen tiempo con todo lo que ello implica en términos de actividad económica y empleo.

El 8 de septiembre el hasta entonces cauteloso Banco Central Europeo (BCU) aumentó su tasa de política monetaria referencial en 0,75%, con lo cual la tasa para el financiamiento interbancario se situó en 1,5% lo que significa el mayor nivel desde 2011. Es importante destacar que para el BCU la toma de decisiones es muy compleja en razón de la composición de su Directorio, donde cada país tiene un voto y no todos valoran los riesgos que depara la inflación con la misma óptica de los alemanes, quienes por sus historia traumática de los años treinta del siglo XX, son abiertamente adversos a inflaciones elevadas y muy conservadores desde el punto de vista monetario.

El mensaje de la presidenta del BCU, Christine Lagarde, fue claro al respecto de la coyuntura que están enfrentado: “Esperamos en las próximas reuniones del BCU aumentar aún más las tasas de interés, para frenar la demanda y protegernos contra el riesgo de un aumento persistente de las expectativas de inflación”. Es la primera vez que el BCU habla en esos términos pero dice mucho en medio de un proceso inflacionario en la Unión Europea que no parece dar tregua al pasar la tasa de inflación anual de 8,9% en julio a 9,1% en agosto a pesar de la baja sustancial del precio de los combustibles.

Por su parte, el 21 de septiembre la Reserva Federal acordó un aumento de la tasa de interés de 0,75%, lo que llevó a que la tasa marcadora de la política monetaria haya alcanzado el rango entre 3% y 3,25%, más del doble de la del BCU. Además, el mensaje emitido fue que los incrementos de tasas van a seguir hasta que se alcance la meta de inflación de 2%. Esto en buena medida explica el fortalecimiento del dólar contra literalmente todas las monedas.

Según la Reserva Federal se anticipa que la tasa de interés se ubique en 4,6% en 2023, en una secuencia de aumentos en línea con lo acordado en la reunión del Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal.

El día siguiente – el 22 de septiembre- el Banco de Inglaterra decidió un aumento de 0,5%, llevando así la tasa de interés de política a 2,25% con la explicita mención que “En caso de que las perspectivas sugieran presiones inflacionistas más persistentes, incluidas las derivadas de una mayor demanda, el Comité de Política Monetaria responderá de forma contundente, según sea necesario…”.

No pareciera haber ningún tipo de duda acerca de la orientación que están siguiendo los bancos centrales, quienes ante el dilema entre controlar la inflación o mantener el nivel de actividad económica y el empleo, han optado por la primera a costa de la segunda.

El asunto medular es si con estas medidas las economías pueden alcanzar una situación donde en vez de una contracción de la actividad económica y la consecuente pérdida de empleo, se llegue a una fase de menor crecimiento aunque en terreno positivo y la preservación del empleo mientras la tasa de inflación se va reduciendo gradualmente.

Este último equilibrio luce difícil de lograrse por cuanto las autoridades fiscales de los países con más peso en la economía mundial tienen una capacidad muy limitada para ejecutar medidas contracíclicas que estimulen el crecimiento. En ese sentido, ya la nueva primera ministra de Inglaterra Liz Truss ha planteado una medida agresiva de recorte de impuestos, la cual es en cierta medida equivalente a aumentar el gasto público con el objeto de prevenir una recesión anunciada para ese país y además una liberalización más a fondo de la economía para atraer inversiones, al estilo de Margaret Thatcher a comienzos de los años ochenta. De esta manera, se eliminará la tasa máxima del impuesto a la renta del 45%, que solo pagan las personas de mayores ingresos, y reducirá la tasa básica del impuesto al 19%.

Finalmente, la combinación de mayores tasas de interés, menor crecimiento económico mundial y fortaleza del dólar tendrán efectos negativos sobre los países emergentes al encarecerse el crédito y achicarse los mercados para sus exportaciones. Tiempos difíciles que exigen una coordinación y gobernanza macroeconómica global, actualmente inexistente.

@josegrasso

 

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