La oferta electoral: ¿Venezuela pospetrolera o posrentista?
Víctor Álvarez R.- Precandidatos a la Presidencia de la República prometen la Venezuela pospetrolera. ¿Acaso el país con una de las reservas de petróleo más grandes del mundo se puede estar planteado ser un país pospetrolero? Creo que el debate electoral está mal enfocado y lo que Venezuela debe proponerse es aprovechar al máximo su riqueza petrolera, pero sin reeditar las patologías del rentismo. La pregunta es: ¿Venezuela pospetrolera o posrentista?
La maldición de la abundancia
La maldición de la abundancia comienza en Venezuela con la Leyenda de El Dorado, según la cual los conquistadores y colonos españoles incursionaban selva adentro buscando una ciudad hecha de oro, donde el cotizado metal era tan abundante y común que los nativos le daban poca importancia y por eso lo cambiaban por espejitos y otras baratijas. Luego, el extractivismo minero que se inicia en la época de la colonia, se recrudece con el extractivismo petrolero, impulsado por los nuevos conquistadores representados en las corporaciones transnacionales de la industria petrolera.
Se impuso así un proceso de división internacional del trabajo determinado por las demandas de materias primas y energía de las grandes potencias industrializadas. En este esquema, unos países se limitan a ser simples proveedores de materias primas y energía, mientras que otros dominan los procesos de transformación industrial. Pero el extractivismo-rentista se prolonga bajo gobiernos progresistas y de izquierda que reivindican la soberanía nacional sobre los recursos naturales y profundizan la actividad extractiva con el fin de generar una creciente renta que les permita financiar el gasto social clientelar y prolongarse en el poder.
Ante la necesidad de obtener recursos financieros, los países extractivistas-rentistas caen en un círculo vicioso del cual no pueden salir. Al no contar con una economía fuerte que garantice la soberanía alimentaria y productiva, intensifican la extracción y exportación de recursos naturales. Pero a medida que captan una mayor renta, mayor suele ser la propensión a importar toda clase de productos, con lo cual frenan y desplazan la producción nacional.
Pareciera que los países que se dedican a la extracción y exportación de petróleo, minerales y materias primas están condenados a sufrir la maldición la abundancia. Son ricos en recursos naturales pero pobres en tecnologías para transformarlos. El cuantioso ingreso en divisas que obtienen al exportarlos tiende a sobrevaluar la tasa de cambio. Y con una divisa barata se dedican a importar lo que deberían producir para satisfacer sus necesidades, cuestión que inhibe el desarrollo del aparato productivo. Al contar con un abundante ingreso en divisas se apela al expediente fácil de importar, en lugar de encarar y superar el desabastecimiento y la escasez a través de un sostenido impulso a la agricultura y a la industria. Es como si a través de las importaciones se vieran obligados a devolverle a las grandes potencias y demás países, el plusvalor internacional que captan por la exportación de petróleo y otros recursos naturales.
Desde que apareció el petróleo en la vida nacional se viene advirtiendo sobre las graves distorsiones que generaría en la economía y sociedad venezolanas el mal uso de la renta petrolera. Alberto Adriano, Arturo Uslar Pietri y Juan Pablo Pérez Alfonso fueron los primeros en anticipar que Venezuela terminaría convertida en un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en una abundancia corruptora si no lograba conjurar la tentación de convertir aquella incipiente riqueza en el manantial de los festines y derroches por venir.
Del capitalismo rentístico al neo-rentismo socialista
En el debate nacional se distinguen dos énfasis en torno al destino que debe tener la renta petrolera. En el período denominado como el capitalismo rentístico (1936-1998), la siembra del petróleo consistió en el financiamiento del proceso de acumulación a través de préstamos blandos a las empresas y la construcción de autopistas, ferrovías, puentes, centrales termo e hidroeléctricas y demás obras de infraestructura que requiere la actividad económica. En efecto, un alto porcentaje de la renta se destinó a financiar la creación de un entorne favorable a la iniciativa empresarial a través de préstamos a bajas tasas de interés y largos plazos; inversiones en infraestructura y servicios de apoyo a las inversiones de capital; petrodólares baratos para importar maquinarías, insumos y tecnología; y compras gubernamentales en condiciones muy favorables para la producción nacional.
El capitalismo rentístico comenzó a dar señales de agotamiento cuando los incrementos en la producción no encontraron espacio en el mercado interno, ni en los reñidos mercados internacionales, lo cual se agravó con la sobrevaluación de la tasa de cambio. Un petrodólar abundante y barato estimuló toda clase de importaciones que desplazaron a la agricultura e industria. En lugar de esterilizar el impacto negativo de la renta petrolera, su inyección a la circulación doméstica desató una creciente demanda que no tuvo su debido respaldo en el incremento de la producción interna. La sobrevaluación reveló la estrechez del mercado interno y -al castigar la competitividad cambiaria de las exportaciones-, obstaculizó también el crecimiento hacia afuera. Como la sobrevaluación limitó la absorción productiva de la renta, la rigidez de la oferta -aunada al incremento sostenido de la demanda-, entronizó una persistente inflación que erosiona la capacidad adquisitiva de los salarios y empobrece a la población.
En el neo-rentismo socialista (1999-2023) la renta petrolera se destina al financiamiento de la inversión social a través de misiones sociales en los campos de la alimentación, educación, vivienda, salud, etc.; y, a través de transferencias monetarias y bonos. Ambos mecanismos sirvieron para implantar un creciente control social a través de políticas asistencialistas que acostumbraron a la población más vulnerable a vivir de gratuidades en el acceso a bienes y servicios que solo podían pagarse y sostenerse en períodos de altos precios del petróleo.
El neo-rentismo socialista degeneró es un modelo de dominación basado en el uso del ingreso petrolero para financiar la inversión social y crear una red clientelar que le sirve de apoyo social. Debido a la contracción del aparato productivo interno y su incapacidad para generar empleos al ritmo de la población económicamente activa, el neo-rentismo socialista tiende a acentuar el papel empleador-clientelar del Estado. Este modelo no generara un trabajo emancipador, toda vez que éste queda mediatizado por la lógica opresiva del Estado burocrático que funcionariza y somete a la fuerza de trabajo. Así, la dominación se logra a través de un sistema de premios y castigos para asegurar la lealtad de los seguidores políticos, comprar la simpatía de grupos ambivalentes y castigar o disuadir a los adversarios. Este modelo de dominación funcionó mientras los ingresos petroleros resultaron más que suficientes para financiar la inversión social y alimentar los canales para distribuir la renta, pero con la caída de la producción petrolera, el gobierno ya no cuenta con la misma capacidad financiera y los mecanismos de control social y electoral han entrado en crisis.
En definitiva, tanto el capitalismo rentístico como el neo-rentismo socialista son expresiones distintas del mismo modelo de acumulación extractivista, sustentado en una creciente extracción del petróleo que está depositado en el subsuelo. El primer enfoque conduce a una desviación desarrollista que favorece a las empresas y contratistas que se llevan los créditos baratos y la ejecución de las grandes obras, mientras que el otro degenera en un modelo populista y clientelar a través de programas asistencialistas y bonos. Así, en la Venezuela rentista, los actores económicos y sociales se han acostumbrado a obtener ganancias e ingresos que no son fruto de su propia inversión ni de su trabajo.
¿Cuánto tiempo le queda al petróleo?
Más allá de las visiones alarmistas sobre la sustitución del petróleo como principal fuente de energía, Venezuela tiene que plantearse una transición sin traumas al post-extractivismo. Esto pasa por optimizar el ingreso petrolero en función de financiar el tránsito de una economía rentista e importadora hacia una economía productiva y exportadora. Sin embargo, cada vez que se desploma la renta se plantea el objetivo de ir a la Venezuela pos-petrolera, cuando en realidad lo que se debe plantear es la reconstrucción de la industria petrolera y el avance hacia una Venezuela pos-rentista. De cara a las alternativas para optimizar el ingreso petrolero en función de la transformación económica y mejorar las condiciones de vida de la sociedad, el debate electoral en materia petrolera debería dejar claras las siguientes preguntas:
1) ¿Cuáles son las metamorfosis del extractivismo?
2) ¿Continuidades y rupturas entre capitalismo rentístico y neorentismo socialista?
3) ¿Cuáles son los mecanismos para la distribución de la renta petrolera?
4) ¿Cuáles son las patologías del rentismo?
5) ¿Cómo se manifiesta la cultura rentista?
6) ¿Qué hizo Noruega con el petróleo que todavía puede hacer Venezuela?
7) ¿Es posible la industrialización nacional de los hidrocarburos?
8) ¿Cuánto tiempo le queda al petróleo?
9) ¿Cómo preparar a Venezuela para otra crisis de abundancia rentística?
10) ¿Cómo superar la maldición de la abundancia?
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Economista, Premio Nacional de Ciencias. Por su trabajo de investigación y libros publicados ha recibido dos veces la Mención Honorífica del Premio Internacional «Libertador» al Pensamiento Crítico, el Premio Ensayo Crítico de la Asamblea Nacional, la Orden Arturo Michelena y el Premio Municipal al Pensamiento Político. Investigador del Centro Internacional Miranda (CIM) y profesor de «Economía política del capitalismo rentístico» en la Maestría de IDEA sobre Procesos de Integración Alternativos. Es Consultor y Conferencista Internacional. En la gerencia pública se desempeñó como Ministro de Industrias Básicas y Minería, Presidente de la CVG, Director de PDVSA, Presidente del Banco de Comercio Exterior (BANCOEX), Viceministro de Industrias, Director Ejecutivo del Consejo de Desarrollo Industrial y Gerente de Política Científica y Tecnológica del CONICIT.