Óscar Doval.- En los últimos años, Venezuela ha enfrentado una serie de desafíos sin precedentes que han impactado profundamente en la vida de todos los ciudadanos. El tsunami de inflación y devaluación, vividos entre 2016 y 2020, redujo la economía nacional en un 75%. Esto, además, precipitado por las sanciones internacionales (926 para ser exactos), que han aislado a Venezuela del escenario económico mundial; resultando en un insalvable impedimento para la recuperación económica del país.
Las sanciones, han generado una serie de dificultades económicas, políticas y sociales, que afectan directamente la calidad de vida de nosotros, los ciudadanos de a pie, no de los políticos.
Ante este panorama adverso, resulta fácil caer en la desesperanza y el desánimo. Sin embargo, la verdadera fortaleza del pueblo venezolano se revela en su capacidad para sobreponerse a las adversidades y seguir adelante.
A pesar de los bajos salarios, la escasez de recursos y las limitaciones impuestas, nosotros los venezolanos, hemos demostrado una determinación inquebrantable para buscar soluciones creativas y emprender nuevos caminos al progreso.
El «emprender» lleva implícito una carga de valentía y optimismo. Es el acto de tomar acción, iniciar y continuar algo hasta la consecución de objetivos sin quedarse de brazos cruzados ante las adversidades, sino contrariamente, buscar soluciones innovadoras y creativas para conseguir los objetivos fijados.
En momentos de crisis, los emprendedores se destacan por su capacidad de adaptación y su mentalidad resiliente. Es en estas circunstancias donde las mejores ideas pueden surgir y dar lugar a proyectos que impactan de manera significativa en la sociedad.
El emprendimiento no se limita únicamente a la creación de negocios o empresas, sino que abarca cualquier acción que implique generar cambios positivos, especialmente en nuestras vidas.
Ante la aplastante realidad de tener una tasa de desempleo superior al 40% y uno de los salarios más bajos del continente, el venezolano se ha “rebuscado” como ha podido para garantizar los mínimos ingresos necesarios para suplir las necesidades básicas de su familia. Así en los últimos 5 años, hemos visto el surgimiento de al menos 2 millones de iniciativas de negocio dentro de la economía formal e informal, que han permitido que la familia venezolana, en promedio, alcance ingresos en torno a los 500 dólares mensuales. Esta cifra, aunque pequeña, permite a la gente acceder a la canasta alimentaria. Lamentablemente de esta estadística, escapa un 30% de nuestra población que todavía se encuentra en pobreza crítica.
Insisto, no estamos hablando de grandes negocios, en la gran mayoría de los casos, se trata de pequeños emprendimientos de carácter comercial que han permitido que los venezolanos tengamos fuentes de ingreso alternas. Así, sin importar nuestra profesión, hemos echado mano a nuestras habilidades y conocimientos para el libre ejercicio de profesiones y oficios como la cocina, la plomería, la carpintería, la jardinería, la albañilería, la medicina, la abogacía, la contaduría y pare usted de contar. De la misma manera, los que tienen capacidad para las ventas se han erigido como comerciantes, vendiendo todo lo que tienen a la mano.
Basta recorrer cualquier zona popular del país, para ver a pie de calle, ventas de comida, peluquerías, ventas de repuestos para motos, bodegas, ventas de ropa, locales de reparación de artefactos eléctricos y electrónicos, así como improvisadas panaderías, fruterías, verdulerías, restauranticos; y un sin fin de cosas más.
La mayoría de estos comercios, son de data muy reciente, y sus dueños solían ser trabajadores cuyo salario no les alcanzaba para vivir.
De la misma manera, aquellos que permanecen empleados, han recurrido a la posibilidad de tener varios trabajos, o a alternar su trabajo con el rol de comerciante para hacerse de la platica extra que necesitan para vivir.
Quizás, dentro del espíritu emprendedor que ha proliferado en Venezuela producto de la crisis económica, lo que encuentro más relevante, es la certeza de la gente de que no puede ni podrá depender del gobierno para la resolución de sus dificultades económicas, sino exclusivamente de ellos mismos.
Por fin, después de muchísimos años, vemos que los venezolanos, a la fuerza, se deslastran de las dádivas del Estado, para asumir la responsabilidad de su futuro.
Lo que cuento, que a todas luces puede parecer un drama social producto de la pobreza, en lo particular me emociona y despierta admiración, porque de alguna manera da cuentas, que los venezolanos, lejos de aminarse con la crisis echan mano a su ingenio y capacidades para adaptarse y emprender en lo económico y así hacer frente a las adversidades que vivimos.
Sabemos de sobra, que seguimos sumidos en una crisis económica de grandes dimensiones, y que temas tan elementales como la electricidad, el agua y otros servicios básicos, así como la salud y la educación; siguen siendo problemas críticos que enfrentamos en nuestro diario vivir. No obstante, la gente en la calle sigue sonriendo y viviendo el día a día con la esperanza de que más temprano que tarde mejorará el panorama de Venezuela.
A ellos, los venezolanos de a pie, vaya todo mi respeto y admiración.