La inflación en la eurozona alcanzó en junio el tan ansiado 2%, cumpliendo por primera vez en años con el objetivo fijado por el Banco Central Europeo (BCE). El dato, en línea con las previsiones de los analistas, marca un hito simbólico tras un prolongado ciclo de presiones inflacionarias y ajustes monetarios.
Según Eurostat, el índice de precios al consumidor (IPC) en los 20 países que comparten el euro subió una décima respecto al mes anterior, mientras que la inflación subyacente —que excluye alimentos y energía— se mantuvo estable en 2,3%.
Este retorno a la meta del BCE no implica, sin embargo, el fin de las preocupaciones. La inflación en los servicios, históricamente más rígida, repuntó del 3,2% al 3,3%, lo que refuerza la postura de los halcones dentro del Consejo de Gobierno del BCE, quienes advierten sobre el riesgo de una inflación estructuralmente elevada.
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En respuesta al enfriamiento de los precios, el BCE ha recortado los tipos de interés en dos puntos porcentuales en el último año. Los mercados anticipan un nuevo recorte hacia finales de 2025, que llevaría la tasa de referencia al 1,75%, aunque persiste la cautela ante un entorno económico frágil y una posible escalada del conflicto comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos.
La economía de la eurozona apenas crece. Las previsiones apuntan a una expansión inferior al 1% este año, con una industria aún debilitada, consumo privado moderado y baja inversión. A ello se suma la incertidumbre geopolítica, que podría alterar las cadenas de suministro y reactivar presiones inflacionarias en el mediano plazo.
En este contexto, el BCE se enfrenta a un delicado equilibrio: evitar una recaída deflacionaria sin alimentar nuevas burbujas. La inflación ha vuelto al objetivo, pero la estabilidad de precios sigue siendo una meta en construcción.