Lecciones del Viernes Negro

José Grasso VecchioJosé Grasso Vecchio.- Cuando el presidente Luis Herrera Campins tomó posesión, el 13 de marzo de 1979, después de describir los desequilibrios de la economía, pronunció una frase contundente: “Recibo una Venezuela hipotecada”. Hacía referencia al hecho de que el programa económico aplicado por su antecesor, Carlos Andrés Pérez, entre 1974 y 1978 había generado un endeudamiento público elevado que comprometía la gestión de las finanzas públicas.

Efectivamente, tras la Guerra del Yom Kipur de octubre de 1973, los precios petroleros saltaron desde US$ 3,6 por barril ese año, hasta US$ 10,3 por barril en 1974 y permanecieron relativamente elevados a lo largo del quinquenio 1974-78. Sobre la base de ingresos petroleros crecientes, el gobierno de Pérez emprendió un ambicioso plan de expansión de la economía, basado en la inversión pública en empresas catalogadas como básicas, especialmente en Guayana, y se creó un conjunto de compañías públicas para producir bienes y servicios, ampliándose significativamente el ámbito del Estado en la economía, todo lo cual comenzó a comprometer las cuentas fiscales.

De esta manera, a partir de 1976 comenzaron aparecer déficit fiscales cada vez mayores y la deuda pública, que en 1973 fue 10% del PIB, pasó a 30% del PIB en 1978. Ese año todo indicaba que la economía estaba en serios problemas, porque también había déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos.

El equipo económico que asume con el presidente Herrera en marzo de 1979 argumentó que había que enfriar la economía, que en su criterio estaba recalentada, y aplica un plan de liberación  de precios, los cuales estuvieron sujetos a controles desde 1975, eliminación de algunos subsidios (menos el de la gasolina), se redujeron los aranceles para generar competencia y se contrajo el gasto público, especialmente las transferencias a las empresas básicas de Guayana.

La situación petrolera se tornó favorable a mediados de 1979, cuando es derrocado el Sha de Irán y la revolución islámica se traduce en un incremento de los precios del petróleo desde  US$ 12 por barril en 1978 a  US$ 17 en 1979 y US$ 30 en 1982. Sin embargo, la economía se comenzó a desacelerar en 1979 y a contraer en 1980, al tiempo que se iniciaron salidas de capitales hacia el exterior. Entre tanto, la tasa de inflación, que en 1978 fue 7,2%, en 1979 se situó en 12,3% y en 21,6% en 1981, lo que causó un problema que era relativamente desconocido hasta entonces en Venezuela: la sobrevaluación del tipo de cambio; es decir que el bolívar tenía más poder de compra externo que interno. Para agravar la situación, la Reserva Federal de Estos Unidos aplicó entre 1979 y 1980 una fuerte restricción monetaria que implicó tasas de interés de 20%, mientras que las tasas en Venezuela bajaron en 1982, todo lo cual potenció las salidas de capital, situación que empeoró con la moratoria de la deuda de México, en agosto de 1982, y el cierre de los mercados financieros.

Todo ello provocó que las reservas en divisas de Venezuela disminuyeran desde US$ 21.461 millones en 1981 a US$ 12.730 millones en 1982. Para complicar más la situación, a finales de 1982 el gobierno interviene y cierra el Banco de los Trabajadores de Venezuela, uno de los más grandes de la época. Ante la imposibilidad de sostener el régimen de tipo de cambio fijo, el 18 de febrero de 1983 se aplica un control de cambios, concluyendo así el mayor periodo de estabilidad que haya disfrutado cualquier moneda en América Latina y el mundo.

Es bueno recordar en la fecha en que se cumplen 40 años de aquel acontecimiento, que la sobrevaluación de la moneda, el excesivo endeudamiento y la falta de coordinación de la política fiscal y monetaria, subyacen como causas del proceso que provocó el viernes negro el 18 de febrero de 1983. Lo que indica que de no haberse cometido esos errores, el viernes negro pudo haberse evitado.

 

@josegrasso

 

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