Mario Vargas Llosa, escritor peruano de más de 20 novelas y libros de ensayos, ganador del Premio Nobel de Literatura, del premio Príncipe de Asturias, integrante de la Academia Francesa, entre otros reconocimientos, falleció este domingo 13 de abril a los 89 años por una enfermedad. Hasta sus últimos días estuvo acompañado de Patricia Llosa Urquidi, su esposa. Le sobreviven sus tres hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa y ocho nietos.
“Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima”, dijo en redes sociales Álvaro Vargas Llosa, hijo mayor del literato.
Su fallecimiento no debe considerarse únicamente como el cierre de una página literaria, sino como un momento para reflexionar sobre la vigencia de sus ideas en otros ámbitos fundamentales para nuestras sociedades: la economía, la empresa, el liderazgo, la ética organizacional.
Vargas Llosa no fue solo un narrador brillante. Fue un intelectual comprometido con la libertad, un pensador político, un activista por los derechos humanos, y un crítico feroz de toda forma de autoritarismo. Su pluma fue su empresa; su narrativa, una estructura de pensamiento estratégico; y su obra, un legado que puede —y debe— iluminar el camino de líderes, empresarios, economistas y estrategas.
De la narrativa a la estrategia
Desde La ciudad y los perros hasta El héroe discreto, Vargas Llosa retrató con precisión quirúrgica las dinámicas del poder, la corrupción institucional, la doble moral, la represión ideológica, y la lucha —a veces silenciosa, otras veces heroica— por mantener la libertad individual frente al abuso estructural.
Uno de sus grandes aportes fue enseñar que el verdadero cambio no nace de los sistemas, sino de las personas. En La fiesta del Chivo, por ejemplo, explora los mecanismos del control en una dictadura, pero también nos muestra cómo ese mismo control puede darse en cualquier organización que privilegie la obediencia sobre la creatividad, el miedo sobre la innovación o la sumisión sobre el criterio.
En el mundo económico, esta lección es poderosa: las organizaciones que no promueven la libertad de pensamiento, que no permiten la disidencia creativa ni construyen culturas donde la autonomía tenga espacio, están destinadas a la mediocridad, aunque sus cifras digan lo contrario en el corto plazo.
¿Qué puede aprender el mundo económico de Vargas Llosa?
- La ética no es opcional
Vargas Llosa fue un defensor de la responsabilidad moral en todas las esferas de la vida. En el mundo de los negocios, esto implica que el éxito no debe medirse solo en EBITDA o capitalización bursátil, sino en el impacto social, el trato justo a los colaboradores y la integridad de las decisiones. - Las ideas importan más que los algoritmos
Frente a un mundo cada vez más gobernado por la automatización, la obra de Vargas Llosa nos recuerda que el pensamiento crítico, la reflexión profunda y el humanismo siguen siendo esenciales para una economía verdaderamente transformadora. - La innovación requiere libertad
Las organizaciones más disruptivas son aquellas que permiten a sus talentos pensar diferente, disentir, proponer, arriesgar. Vargas Llosa jamás se alineó con lo políticamente correcto ni con las modas intelectuales; su ejemplo desafía a los empresarios a no temer al conflicto constructivo ni a las ideas revolucionarias. - El storytelling es una herramienta estratégica
Como maestro del relato, Vargas Llosa entendía el poder de las historias para generar cambio. En un mundo de marcas, empresas y mercados, saber construir una narrativa auténtica, coherente y aspiracional puede ser tan importante como tener un buen producto o servicio. - El cambio es posible, pero duele
Como lo muestra en El pez en el agua, su autobiografía política, cambiar un sistema —ya sea un país o una compañía— requiere valentía, incomodidad, rupturas y, muchas veces, pérdida. Pero el resultado es la transformación auténtica.
Vargas Llosa fue, en esencia, un empresario de las ideas. Su taller de escritura fue una fábrica de sentido; sus novelas, mapas para entender los conflictos humanos y sociales; y su vida, una apuesta constante por la coherencia entre el pensamiento y la acción.
También puede leer: Noboa ganó las elecciones en Ecuador, pero el «correísmo» no reconoce los resultados
Su consolidación como escritor
En 1953 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como estudiante de Letras y Derecho, donde empezó su militancia comunista en el movimiento Cahuide. Dos años después ya trabajaba como asistente del historiador Raúl Porras Barrenechea cuando contrajo matrimonio con su tía, la boliviana Julia Urquidi, que se había mudado a Lima tras el divorcio de su primer marido. La boda, desarrollada contra los deseos de sus padres, inspiró la novela “La tía Julia y el escribidor” (1977).
En los años posteriores el escritor se hizo de varios “cachuelos”, trabajos pequeños que le servían para mantener su matrimonio, incluyendo escriba de noticias en Radio Panamericana, autor de un libro para la Universidad Católica, colaborador para el suplemento El Dominical de El Comercio, etc. Precisamente en 1957 este diario reportó su victoria en un concurso de cuentos organizado por la Alianza Francesa, ganando un viaje a Paris por 15 días, primero de los muchos encuentros que tendría con el mundo francófono.
En 1959 publicó en Lima “Los jefes”, colección de cuentos entre los cuales estaba “El abuelo”, publicado originalmente en 1956 por el suplemento El Dominical de El Comercio. En el texto aparece por primera vez el personaje de Lituma, guardia civil que estará presente en varias obras a lo largo de su carrera literaria.
“El fragor de combate que poseen las historias del volumen de Vargas Llosa no ensordece esa vibración delicada, sutil, viva, que constituye en ellas la vigencia del amor limpio que sus personajes manifiestan por la existencia”, dijo por aquel entonces el escritor peruano Sebastián Salazar Bondy, amigo suyo, sobre el libro.
En 1960 el escritor se mudó a Paris, donde seguiría su trabajo como escritor, con dificultades, aunque siempre acompañado de Julia Urquidi, quien hacía las labores domésticas para que Mario haga lo único que sabía: teclear en su máquina de escribir. Fue en París donde frecuentó a otros escritores de su generación, a Gabriel García Márquez (“Cien años de soledad”) y Julio Cortázar (“Rayuela”); dos de los literatos del llamado ‘Boom Latinoamericano’, nombre que se le dio al grupo de escritores de América Latina que destacaron en esta década.
Fue reconocido con el premio Biblioteca Breve por “La ciudad y los perros” (1963), novela que le abriría las puertas a la fama y que recreó, con elementos de ficción, la vida de tres cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado enamorados de la misma mujer. La novela no sentó bien en el colegio. “El libro no tiene otra importancia que la económica para su creador”, dijo entonces Armando Artola, director del colegio. El mismo escritor revelará en 1965 que hubo un “auto de fe” en el colegio en el que se quemaron ejemplares de la novela.
En 1964 se divorció de Julia Urquidi y un año después se casó con Patricia Llosa Urquidi.
Con “La Casa Verde” (1966) ganó el premio Rómulo Gallegos. “Es una novela que casi me ha disgustado de la literatura y casi de la vida porque he padecido lo indecible escribiéndola”, dijo el escritor. Ese mismo año nació su primer hijo, Álvaro Vargas Llosa, que también será escritor.
Continuó escarbando en sus anécdotas personales y así publicó “Conversación en La Catedral” (1969), que debe su título al bar de la avenida Alfonso Ugarte donde departía con sus colegas de La Crónica. La novela famosa por una de sus primeras frases (“¿En qué momento se había jodido el Perú?”), compaginó también su experiencia como estudiante de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la represión de la dictadura de Manuel Odría, representada por el personaje de Cayo Bermúdez.
Por estas épocas Vargas Llosa era simpatizante socialista, algo que cambiará con los años. “Creo que la solución para los problemas terribles que vive América Latina sólo puede ser de carácter socialista”, dijo en entrevista con El Comercio. Aun así, dejaba en claro su oposición a los dogmas y su lucha a favor de la libertad. “Estoy también, resueltamente, con aquellos que luchan por descongelar el marxismo”.
En 1971 renunció a la Casa de las Américas de La Habana por el trato del régimen cubano al poeta Heberto Padilla. En 1972 criticó al régimen militar del Perú por los atropellos a la libertad de prensa y la censura de películas; también señaló algunos aspectos positivos del gobierno.
Con “Pantaleón y las visitadoras” (1973) hace una pausa a las novelas inspiradas en su vida y transforma una anécdota real, donde el Ejército Peruano contrató a prostitutas para sus soldados en la selva. En 1975 es integrado como miembro de la Academia Peruana de la Lengua.
En 1976, es noticia en América Latina y España el puñetazo que Vargas Llosa le dio a Gabriel García Márquez en la Ciudad de México, tumbándolo. Un ojo morado después, y sin una explicación por ninguna de las partes afectadas (ni en ese momento ni en décadas posteriores), terminó una amistad de más de una década, forjada en Europa, y que incluso había motivado al peruano a escribir un libro sobre su colega (“García Márquez: historia de un deicidio”, 1971).
Con “La tía Julia y el escribidor” (1977) volvió a tomar elementos de su vida personal para narrar. El escritor dijo, no obstante, que esta no es una historia real. El personaje se llama como él, tiene los mismos amigos y familiares, la misma esposa que también es su tía, pero sus circunstancias han sido transformadas, incluyendo el añadido de Pedro Camacho, prolífico autor de radioteatros al que se le cruzan las tramas en la cabeza y sufre una crisis emocional. En 1983, Julia Urquidi lanzará su propia versión de los hechos con “Lo que Varguitas no dijo”.
En la década de los 80 se vio marcada por la publicación seguida de tres novelas: “¿Quién mató a Palomino Molero?” (1986), “El hablador” (1987) y ”Elogio a la madrastra” (1988). También lanzó “La Chunga”, obra de teatro derivada de “La Casa Verde”. El año 1988 también marca su ingreso definitivo en política, al ser lanzado como candidato presidencial del Frente democrático (Fredemo).
“La violencia no ha nacido en las barriadas pobres del Perú. Ha nacido en las universidades y en los sindicatos”, declaró el escritor en entrevista con la revista Newsweek. También dijo, en una conferencia desde el Banco Mundial con sede en Washington, que el grupo terrorista Sendero Luminoso cometió “grandes crímenes en nombre de un extravagante maoísmo”.
En enero de 1989 dos terroristas intentaron matarlo con cartuchos de dinamita en la ciudad de Pucallpa; el escritor salió ileso del fallido atentado. Ese mismo año, en diciembre, hubo otro intento de atentado, esta vez contra su domicilio; el escritor responsabilizó de estos últimos hechos al comando paramilitar de filiación aprista Rodrigo Franco.
En 1990 lideró las votaciones en la primera vuelta, pasando a segunda enfrentándose al entonces desconocido Alberto Fujimori del movimiento Cambio 90. En ese marco, pidió a su rival no avivar las divisiones entre los peruanos. No se hizo con la victoria en la segunda vuelta. A finales de ese año dijo estar desilusionado de la política.
“[Descubrí que] es muy difícil tener éxito en política, si uno no está dispuesto a utilizar ese tipo de…, no diré de maquiavelismo, porque sería injusto con Maquiavelo, diría ética maquiavélica”.
Tras la derrota en las elecciones Vargas Llosa continuó con su trabajo literario. En 1993 ganó el Premio Planeta por su novela “Historia de Mayta”, que trajo de regreso al Cabo Lituma. En 1994 recibió el Premio de Literatura Miguel de Cervantes “por sus reconocidos méritos en la creación literaria”, el que calificó de “un gran honor, el máximo galardón para un escritor en lengua castellana”. En 1997 publicó “Los cuadernos de don Rigoberto”, que marcó su paso a la editorial Alfaguara. Ese mismo año recibió un doctorado honoris causa por parte de la Universidad de Lima; como relata Pedro Cateriano en el libro “Vargas Llosa, su otra gran pasión” (2025), este reconocimiento no sentó bien al régimen de Fujimori.
El premio que se hizo esperar
Al menos desde 1995, Mario Vargas Llosa fue propuesto para recibir el Premio Nobel de Literatura. Ese año la Asociación Nacional de Escritores y Artistas se dirigió al presidente del Comité Nobel de la Academia Sueca, presentando al peruano como candidato.
La década del 2000 había sido bastante activa para el escritor peruano. Publicó “La fiesta del Chivo” (2000), inspirada en la dictadura del dominicano Rafael Trujillo; “El Paraíso en la otra esquina” (2003), sobre Flora Tristán y Paul Gauguin; y “Travesuras de la niña mala” (2006), una historia de romance. Semanas antes de publicar “El sueño del celta” (2010), basada en la vida de Roger Casement, recibió la noticia mientras estaba en Nueva York: la Academia Sueca lo iba a anunciar como ganador del Premio Nobel de Literatura. En un principio recibió el mensaje con incredulidad; poco a poco se hizo a la idea de que no era una mala pasada.
“Creo que la función más importante de la literatura es enriquecer nuestras experiencias con historias imaginarias que den mayor profundidad a nuestras ideas, enriquezcan nuestra sensibilidad y aumenten nuestro desasosiego y actitud crítica frente al mundo tal como lo vemos”, dijo el escritor ya en Estocolmo, días antes de recibir el premio.
No fueron sus únicas palabras en torno al Premio Nobel. Ya es historia su discurso de aceptación en el año 2010, donde tuvo palabras elogiosas para Patricia Llosa. “Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario, para lo único que tú sirves es para escribir’”.
Los años posteriores al Nobel también estuvieron marcados por más novelas publicadas, por sus mediáticas posiciones políticas (apoyó a uno u otro candidato presidencial peruano), así por su separación de Patricia Llosa. El Nobel radicó más en España, donde estuvo cerca de su pareja Isabel Preysler. Eventualmente la relación terminó y el escritor volvió a Lima junto a su familia. Su última novela fue “Le dedico mi silencio”, dedicada a Patricia Llosa, que nunca dejó de ser su esposa.
Con información de El Comercio y El Espectador