La indígena que demandó al Banco de la República por usar su imagen para un billete

billete

Por más de tres décadas el rostro de una niña indígena emberá estuvo circulando en los bolsillos, billeteras y transacciones de millones de colombianos. Era el rostro sereno y enigmático que aparecía en el billete de 10 mil pesos emitido por el Banco de la República entre 1992 y 1994, en conmemoración de los 500 años de la llegada de los españoles a América. Hoy, esa imagen vuelve a la escena pública, pero no como símbolo conmemorativo, sino como el eje de una batalla legal por justicia, dignidad y derechos vulnerados.

Adriana Martínez Dogirama, una indígena emberá Dobida, decidió alzar su voz. Con la firmeza de quien carga una historia de silencios impuestos, presentó una demanda contra el Banco de la República. Alega que su rostro fue utilizado sin su consentimiento cuando apenas era una niña, y reclama una indemnización de 700 millones de pesos (162.412 dólares, aproximadamente) por los perjuicios patrimoniales y morales que asegura haber sufrido desde entonces.

La fotografía habría sido tomada en 1987, en un contexto que, según su equipo legal, no contemplaba ni autorización ni conciencia por parte de la menor sobre el uso posterior de su imagen. “El Banco de la República causó un agravio injustificado a mi demandante y a su familia, en tanto que utilizó sin su consentimiento y violando sus derechos la imagen tomada en el año de 1987, cuando apenas era una niña”, señala la demanda dada a conocer por el diario El Tiempo.

Dentro de su comunidad, Adriana asegura que, su aparición en el billete le ha traído más rechazo que orgullo. La apodaron ‘billete de diez mil’ y, con el tiempo, algunas voces la acusaron de haber “vendido” su identidad cultural. Lo que para muchos fue un gesto simbólico de representación indígena en la moneda nacional, para ella se convirtió en una carga emocional que ha arrastrado por décadas.

“Durante 30 años, Adriana Martínez ha sido objeto de burlas, chistes ofensivos y, en algunos casos, bullying por parte de miembros de su comunidad”, indicó el documento judicial. Ella dice que no es solo una demanda económica; es una demanda por respeto, por la historia personal detrás del símbolo, por la niña que nadie consultó antes de convertirla en imagen de una conmemoración nacional.

Y es que la belleza de aquella pieza, que para muchos sigue siendo una obra de arte, generó una inmensa curiosidad entre los expertos en numismática, sobre todo en Gildardo Adolfo Tovar Bonilla, un hombre insistente que se moría por saber cuál era la identidad aquella indígena estampada en un billete en el país. “Fue cuando buscaba información sobre los pueblos indígenas que apareció Adriana. Sentí como si me hubiese mirado diciendo: aquí estoy, me encontraste”.

Así emergió Adriana

Como si Gildardo Tovar estuviera predestinado a resolver un misterio, ella, Adriana Martínez Dogirama, hermosa y colorida, se le atravesó como una aparición en el camino. Encontró su fotografía en un artículo de Mauricio Pardo Rojas. Cuando vio a la mujer, nacida en Santa María de Condoto, cabecera del Río Baudó, solo pudo decir: “¡Es ella, es ella!”.

El experto se ríe, porque recuerda que quienes estaban a su alrededor no entendían el porqué de su estrepitosa reacción, pero, no era para menos, su corazón le decía que la había encontrado. “Así fue que empecé a comparar la foto con la imagen del billete. Cada cuenta, cada línea, los ojos, la Kipará Cáküa, todo coincidía. Se trataba de un capul más suelto que el de Eulalia, ojos más pequeños y algo rasgados, una nariz más redondita, los mismos cachetes, unos labios hermosos, redondos, su pintura corporal, que es temporal y muy diferente entre unas y otras, los mismos collares metálicos, todo coincidía”.

Entonces Gildardo comenzó a navegar en un mar de incógnitas y no dudó en, al estilo del mejor de los detectives, rastrear al autor de aquella fotografía del boletín del Museo del Oro, a Mauricio Pardo.

“Es un profesor de la Universidad de Caldas. Fue muy amable y meses después del bombardeo de preguntas que le hice me dijo que ella se llamaba Adriana Martínez Dogirama,  una mujer cuya fecha de nacimiento es incierta. “Pensé entonces que, si todos los protagonistas de los billetes tenían una biografía, ella también la merecía”, agregó.

Según lo investigado por el experto en numismática, ella nació en Santa María de Condoto, aproximadamente en 1972, y es hija de Alfredo Martínez y Dolorosa Dogiramá Sanapi, nieta de Floresmiro Dogiramá Uainora. Al Baudó, explica, se llega desde el caserío de Jurubidá en el golfo de Tribugá cruzando la serranía del Baudó después de unas seis horas de camino. Su vida fue normal hasta que en 1980 llegó un hombre muy culto a convivir con ellos, Mauricio Pardo, de quien recibió clases cuando tenía solo 12 años.

El diario colombiano El Tiempo habló con Adriana  a través de una video llamada y dijo: “lo que recuerdo de mi infancia es que Santa María de Condoto era todo casi montaña y cuando yo era niña solo había tres casas que luego se fueron multiplicando. Fue por mucho tiempo un lugar tranquilo, un paraíso”. Su pueblo se desarrolló a partir de un pedido que hace Floresmiro Dogiramá a la iglesia en Quibdó; él argumentaba que debían de educarse para entender la ley de los blancos.

Entre el 2019 y el 2020 pasan a Cimarrón Paraíso Emberá en donde vive actualmente. Según cuentan, es una comunidad pequeña en donde conviven 40 personas, entre ellos 22 niños de diversas edades. Se dedican a cultivar la tierra y a la pesca, actividad que les proporciona la mayor parte de la proteína. “La temporada turística se inicia a mediados de octubre y se extiende hasta finales de febrero y mientras están en temporada baja se preparan realizando artesanías y  trabajos comunales para el mantenimiento de zonas verdes, una economía de supervivencia el resto del año”, explicó Gildardo.

Billete Conmemorativo

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La historia detrás de la foto

La investigación de Gildardo pudo determinar que Mauricio Pardo tomó varias fotografías mientras estaba realizando su trabajo antropológico en Santa María de Condoto y que es uno de los que mayores documentos aporta sobre los indígenas del Chocó.

Fue en 1986 que vio a Adriana junto a Doralba, su sobrina y a Lurubina, una prima. Según contó, a todas ellas les gustaban las fotografías, por eso accedían a posar. “Eso sí, lejos estaba de imaginar que una de esas tomas pasaría a ser la inspiración de un grabador italiano y a ser la imagen ante el mundo de nuestros indígenas, representado en ella, en uno de los billetes más hermosos realizados en el país”.

Adriana aún guarda ese recuerdo en su memoria, “estábamos las tres y se acercó Mauricio y nos tomó  fotografías. En la comunidad se forman grupos que comparten edad y las tres éramos casi de la misma. Cuando salió el billete en 1992, todos los que me veían o me conocían decían: usted es la chola del billete de 10 mil y me acostumbré a eso”.

Fue en 1987 cuando Mauricio envió un artículo para la revista del Museo del Oro del Banco de la República y junto al texto mecanografiado una bolsa con diapositivas para dicha publicación. Así fue que esa revista terminó en las manos de Gildardo.

Versión del Banco de la República

Adriana visitó en octubre de 2024 a Bogotá y su primera parada fue en la Casa de la Moneda, en donde se tomó una imagen como símbolo de su pedido de ser reconocida como la musa del billete de 10 mil. “Quiero que reconozcan que esa soy yo cuando era niña. Eso sería muy lindo para mi familia, y para mi pueblo, porque yo estoy viva”.

El Banco de la República se sostiene en que la ilustración del billete constituye una obra original en sí misma que se inspiró en varias imágenes y fotografías de la comunidad indígena y de las mujeres Emberá, recogiendo en dicho diseño original las características y rasgos propios de dicha cultura, más no la imagen propia, identificable, inherente e individual de alguna persona en particular.

“En efecto, la ilustración se compone de elementos propios de la cultura Emberá, como lo es la pintura facial, la cual generalmente ocupa la mitad inferior de la cara, desde el labio superior hacia abajo, y otros símbolos propios de la comunidad como el collar y los aretes”.

Agregaron que se trata de una ilustración que comprende en su diseño componentes originales basados en elementos y manifestaciones propias de una colectividad. Es así como, explican,  dicha obra cuenta con la impronta propia de los autores y de las demás personas que hicieron parte del proyecto, reflejando un estilo particular con aspectos originales. “Por lo anterior, observamos que no hubo una reproducción de la imagen de la señora Adriana Martínez, ni de alguna otra persona especialmente identificada o identificable”.